martes, 7 de agosto de 2007

Reivindicación de la lectura por el puro gusto de

FERNANDO CARRATALÁ TERUEL. Doctor en Filología Hispánica

La lectura -de la buena literatura-, en crisis

Que la lectura ha entrado en crisis es algo que nadie pone en duda. “Se admite como un hecho probado -escribía Camilo José Cela, allá por el mes de marzo de 1993- el que la gente, no sólo en España sino en el mundo entero, lee menos cada día que pasa y, cuando lo hace, lo hace mal y sin demasiado deleite ni aprovechamiento” .

Porque, en efecto, lo que está en crisis es la “identidad” del lector, ya que, además de leerse cada día menos, se lee cada vez peor: sin ese “aprovechamiento” que permite al lector de los buenos libros “conversar con los mejores hombres de los siglos pasados”; y sin ese “deleite” -que implica el amor por la lectura- capaz de conmutar las horas aburridas por otras que excitan el placer del ánimo. ¡Y no será porque en España no existen, a precios asequibles, buenas ediciones de buena literatura!

El “perfil” del lector, o disfrutar de lo que se lee

Frente a los que se acercan a la lectura desde posiciones pragmáticas -en busca de satisfacer una necesidades materiales-; y frente a los que buscan en la lectura un simple entretenimiento que no exige el menor esfuerzo -así, el tiempo gastado en leer periódicos- o que merma la capacidad racional -como es el caso de quienes se embebecen con cómics sin el menor valor artístico, ya sea plástico o lingüístico-; Pedro Salinas traza el perfil del auténtico lector: “Se define al lector -escribe Salinas, en el ensayo “Defensa de la lectura”- simplicísimamente: el que lee por leer, por el puro gusto de leer, por amor invencible al libro, por ganas de estarse con él horas y horas, lo mismo que se quedaría con la amada; por recreo de pasarse las tardes sintiendo correr, acompasados, los versos del libro, y las ondas del río en cuya margen se recuesta. Ningún ánimo, en él, de sacar de lo que está leyendo ganancia material, ascensos, dineros, noticias concretas que le aúpen en la social escala, nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo”. <>.

Este es el reto que parece que, indirectamente, nos propone Pedro Salinas a los docentes: formar buenos lectores en una sociedad que, cada vez más, da la espalda a la lectura; lograr que los adolescentes lean por el puro placer espiritual de leer, y que no exijan de tal actividad “nada que esté más allá del libro mismo y de su mundo”. Y el único camino para lograr este acercamiento a la lectura “por el puro gusto de leer” es el de garantizar una cabal comprensión de lo que se lee, evitando posar los ojos ante una colección de “signos sin significancia”, donde nada tendría sentido. A partir de aquí, y soslayando el riesgo de “leer por los sentidos, pero sin sentido”, ya es relativamente sencillo disfrutar de lo que se lee y -en nuestro caso- propiciar un acercamiento de los alumnos a los textos literarios. Este tránsito de la comprensión de un texto, pasando por su análisis y comentario, al deleite estético -o, dicho de otro modo, de la “habilidad lectora” al “placer” de la Literatura- debe ser cuidadosamente conducido por los docentes, quienes en último término somos los mediadores entre los alumnos y los textos literarios, y los encargados de ir desarrollando en cada uno de ellos la necesaria -y personal- conciencia de lector.

El “valor educativo” de la lectura

A través de la lectura de textos literarios, ha de perseguirse ir educando a los jóvenes lectores para que vayan adquiriendo el hábito de la lectura reflexiva, desarrollando su capacidad crítica y descubriendo los múltiples valores que la Literatura encierra. Por ello se les deben proporcionar textos literarios con indiscutibles valores recreativos, artísticos y formativos, que permitan el enriquecimiento de sus vivencias personales, la estimulación de su sensibilidad -con objeto de despertar en ellos el interés por la dimensión estética del texto literario-, y, en definitiva, el fomento de actitudes favorables hacia la lectura que, sin duda, habrán de contribuir a su formación integral como personas. Porque, parafraseando a Robert Hugues, la lectura es uno de los caminos más contundentes para que la juventud llegue a ser libre, piense por sí misma y organice su presente y futuro a su imagen y semejanza.

La “responsabilidad” del docente en la formación del lector

A los docentes nos corresponde la irrenunciable obligación de poner en manos de nuestros alumnos textos aptos para lograr un dominio cada vez mayor del idioma, para favorecer el conocimiento que tienen de la realidad, y para facilitar un progresivo desarrollo de su sensibilidad y de sus capacidades estéticas.

Es innegable que la lectura colabora poderosamente en ese proceso de aprender a ser uno mismo, objetivo último de toda educación que convierte la dignidad de la persona en su razón de ser. Y puesto que educar es algo más que la simple transmisión de conocimientos, la lectura placentera de buenos libros está llamada a convertirse en el mejor aliado para contribuir a ese desarrollo global y armónico de la persona, potenciando sus capacidades cognitivas, el sentido estético, la capacidad crítica y creativa e, incluso, la dimensión espiritual y trascendente. En definitiva, por medio de la lectura se puede contribuir a que el alumno despliegue todo su potencial intelectual y afectivo y aprenda a ser él mismo.

Y también es innegable que, con la lectura, se desarrolla la sensibilidad de los jóvenes y se puede despertar en ellos el interés por los valores estéticos. Por tales razones, los docentes debemos poner a disposición de nuestros alumnos textos rigurosamente seleccionados que sirvan para despertar en ellos el interés por la Literatura -con mayúscula-; textos con los que hemos de pretender no sólo que mejoren sus niveles de comprensión y de expresión, sino que vayan desarrollando esa conciencia de lector que, estimulando el gusto personal, les lleve, por propia iniciativa, a entrar en contacto con los mejores maestros de la lectura: los buenos libros que habrán de acompañarles a lo largo de su periplo vital.

El camino hacia la Literatura

Cada vez es más frecuente escuchar a los profesores de Educación Secundaria quejarse del poco interés que sus alumnos demuestran por la lectura. Aquellas obras fundamentales de nuestra historia literaria -que en tiempos no muy lejanos formaban parte del acervo cultural de cualquier adolescente que aspiraba a ingresar en la Universidad- resultan hoy desconocidas para demasiados alumnos; y este desconocimiento frena el desarrollo armónico de su personalidad, ya que el mundo de la Literatura no puede quedar al margen de una educación integral que persiga el aprender a ser, potenciando los aspectos intelectuales, afectivos, físicos y espirituales de la persona.

El desinterés de muchos alumnos por la Literatura -y no solo por la medieval o la del Siglo de Oro, sino por la recogida en los currículos normativos, sea de la época que fuere- ha llevado a ciertos profesores a buscar en la literatura juvenil actual un revulsivo que pueda despertar la afición por la lectura. Pero esta actitud no es compartida por otros profesores, que consideran este tipo de lectura como un simple divertimento, sin trascendencia alguna en la formación cultural básica de los alumnos, y que se limitan a exigir -no sin cierta razón- el conocimiento de la literatura que el currículo oficial preceptúa, para garantizar, así, ese mínimo nivel cultural con el que se debe abandonar la escolarización obligatoria.

Una posición ecléctica, por la cual abogamos, combinaría la lectura de las grandes obras de autores consagrados de la -llamémosla así- literatura intemporal -lectura guiada por el docente, para asegurar una comprensión más satisfactoria- con obras propias de la literatura juvenil actual, capaces -por su temática y lenguaje- de intensificar el placer de leer y de implicar al lector en dichas obras. De esta forma, la lectura juvenil actual, más que un fin en sí misma, se convertiría en un medio para acceder al conocimiento y disfrute de esa “otra” literatura que cualquier persona medianamente instruida debería saber apreciar.

El papel del mundo editorial: Las ediciones de textos literarios de carácter “clásico”, destinadas a adolescentes

La literatura considerada como “clásica” -con independencia del contexto historicosocial en que se ha producido- debe seguir ocupando un lugar primordial en la formación de los adolescentes y, muy en particular, de los escolarizados en la Educación Secundaria, tal y como propugna la nueva legislación que, en este aspecto, coincide con la normativa recogida en la LOGSE. En una etapa decisiva para la conformación de la personalidad, “lo clásico” -verdadero sostén de la civilización occidental y, por tanto, de nuestra propia identidad- es un referente fundamental para enriquecer el acervo cultural y desarrollar la sensibilidad artística. Es, pues, necesario “recuperar” el prestigio de “lo clásico” -dentro y fuera del aula-, en aras de una educación integral más eficaz, tanto desde un punto de vista intelectual como estético y, por tanto, profundamente humano.

Por lo general, el posible rechazo de obras tenidas como “clásicas” por parte de un sector del alumnado ha podido venir motivado por dificultades de comprensión de unos textos literarios que exigen ese esfuerzo lector sin el cual no es posible un mínimo desarrollo de las capacidades comunicativas. En este sentido escribe J. J. Armas Marcelo: “La moda es ignorar que la lectura es una acción única, solitaria, demorada y reflexiva, que nadie debe compartir con nada ni nadie, que no admite medias tintas, y cuya exigencia fundamental es una exclusividad de doble vertiente. La lectura es exclusiva y excluyente, requiere olvidarnos de la tendencia al mínimo esfuerzo, nos obliga a robarle el tiempo a otras acciones y exige una dedicación hipnótica que nos conmueve tanto que la lectura de ese libro precisamente se vuelve angustia cuando estamos ya acabando de leerlo. Porque, ¿encontraremos otro hallazgo semejante, otro libro parecido al que leemos en ese momento, cuando hayamos terminado de leer su última página? ” <. J. Armas Marcelo. “De la lectura”. Artículo publicado en la sección “A flor de piel”, del diario ABC, el 18 de mayo de 1996.>. Sin embargo -y, por fortuna-, son bastantes las editoriales que vienen publicando libros de “literatura clásica”, dirigidos expresamente a lectores juveniles, con todas las peculiaridades que una edición de este tipo comporta: libros que abordan cualquier género literario de cualquier época, en selecciones antológicas o bien en textos íntegros, siempre elegidos en razón de su sencillez, amenidad y proximidad a la sensibilidad de un lector actual; y en ediciones preparadas expresamente por profesores de Educación Secundaria con probada experiencia de aula, y conocedores, por tanto, de la idiosincrasia de los lectores a quienes están destinadas. Es de justicia reconocer aquí, por tanto, ese esfuerzo editorial -sin subvenciones institucionales- que viene apostando por “la juventud de lo clásico” y que nos proporciona a docentes y discentes ediciones de literatura clásica, pensadas para ser usadas en el aula -insistimos: y fuera de ella-, y capaces de orientar la comprensión de este tipo de textos y, por tanto, de despertar en los jóvenes el goce estético.


La literatura juvenil en el aula: actual y clásica

Muchos de nuestros escritores actuales, empeñados en hacer asequible a los adolescentes el “hecho literario”, escriben pensando en ellos, y abordan en sus obras problemas que son propios de la juventud . Su forma de hacer literatura no desmerece de otra cualquiera digna de tal nombre, y ha ayudado a lograr, en cierta manera, fomentar el hábito de la lectura entre determinados jóvenes, que rechazan cualquier otro tipo de literatura.

Y puesto que los alumnos, además de alcanzar un “nivel lector” satisfactorio, deben elaborar textos con una finalidad literaria expresa, es conveniente que lean este tipo de obras. ¡Fácil será encontrar, entre tantas obras de tantos autores, muchas que destaquen por su alta calidad literaria! Porque tales obras pueden servir, evidentemente, de modelo para las propias producciones literarias de los alumnos.

No obstante, y si queremos convertir la lectura en uno de los pilares básicos de la Educación Secundaria, es necesario recuperar para el aula a los grandes “clásicos de la literatura juvenil”: Verne, Stevenson, Conrad, Dumas, Salgari... son autores muy adecuados para el primer ciclo de la ESO; Charles Dickens, Óscar Wilde, Marc Twain, Rudyar Kipling... parecen más adecuados para el segundo ciclo de la ESO, ya que sus obras requieren de una lectura más atenta y reflexiva; y la novela histórica Quo vadis? -de Henryk Sienkiewicz-, o El conde de Montecristo -de Alexandre Dumas-, quizá podrían tener como destinatarios a los alumnos de Bachillerato que hayan hecho del placer de leer una constante en su formación.

Estamos convencidos de que la lectura de obras de esta naturaleza puede contribuir a que los alumnos aprendan a ser ellos mismos -sin duda el más difícil de enseñar de todos los contenidos, y que debe constituir el objetivo último en que converjan todos los esfuerzos educativos-; y, a través del disfrute de los valores culturales, a que lleguen a ser más libres y, por tanto, más justos y solidarios. En palabras de José Luis Sampedro, extraídas de su obra Valor de la palabra: “La palabra fomenta nuestra imaginación: leyendo inventamos lo que no vemos, nos hacemos creadores <...> Hace cinco siglos la imprenta nos libró de la ignorancia llevando a todos el saber y las ideas <...> El libro, que enseña y conmueve, es además ahora el mensajero de nuestra voz y la defensa para pensar en libertad”.

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