miércoles, 19 de diciembre de 2007

la experiencia de la lectura

Por Genevieve Patte

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Me parece que este enfoque se opone al dogmatismo educativo. Permite que los adultos aprendan, recuperen la confianza en sus propias posibilidades de análisis. Permite también descubrir que leer no es almacenar una cierta cantidad de conocimientos, sino que se trata de una experiencia personal, íntima, que difiere de una a otra persona.

Sin embargo, existe un límite. Yo puedo hablar de lo que me interesa, de lo que me afecta, pero no es más que mi experiencia. Por otra parte, cuando nos solicitan animar una pasantía tenemos sin duda la oportunidad de compartir con los pasantes momentos simpáticos de descubrimiento y de intercambio, sin embargo todo esto llega a un fin. Por estas diversas razones hemos decidido, en LA JOIE PA LES LIVRES, realizar montajes audiovisuales basados en testimonios e ilustrados con diapositivas. Es una manera de transmitir experiencias múltiples. Por ello hemos editado un sonoviso acerca del cuento Dis, Raconte... (Di, narra) que reúne testimonios de narradores, de niños, quienes dicen con convicción y de manera muy personal, y a veces contradictoria, lo que los cuentos representan para ellos, cómo los narran, cómo los perciben.

Del mismo modo, dedicamos otro sonoviso al tema de los niños más pequeños frente a los libros y estamos preparando actualmente otros cuatro acerca de los libros de imágenes, los cuentos y las novelas, las obras documentales y las historietas. Esto nos permite hacer un trabajo de acción colectiva en el seno de nuestro equipo y también solicitar la colaboración de distintas personas, que no forman parte de nuestro equipo y que, gracias a su experiencia y su práctica, nos permiten evolucionar. Esto no tiene nada de dogmático porque cada vez se trata de opiniones muy personales a las cuales pueden agregarse las opiniones de quienes, en una u otra región, animan sesiones de reflexión. También le permite al público expresarse más fácilmente.

El sonoviso está allí permanentemente y uno puede escucharlo y reescucharlo hasta la saciedad. Puede ser discutido más fácilmente, porque el experto “infalible” no está presente. Así, nuestra preocupación es permitir a cada uno expresar sus hallazgos, sus preguntas. Todos sabemos el perjuicio que ciertas obras educativas han podido causar a padres y educadores, porque sus afirmaciones y consejos son percibidos como directivas, que impiden al padre y a la madre ver al niño tal como es. Es también una forma de hacer descubrir al gran público que no hay sólo grandes especialistas que lo saben todo y que pueden decir de manera segura lo que se debe leer y no leer, lo que es buena literatura y mala literatura, sino que hay caminos muy variados, tan diversos como las personas, para salir a descubrir el placer de leer.

la experiencia de la lectura

Por Genevieve Patte

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Generalmente, es siempre más eficaz, más interesante, hablar de lo que nos toca directamente. Es la menor de manera de entrar en comunicación con el otro y de despertar en él el deseo de acceder a una u otra lectura. El otro puede ser tanto un niño como un adulto. Es esencial provocar en el adulto una actitud auténtica frente a tal o cual libro, pues el placer, tanto como el aburrimiento, se transmiten. La debilidad de los adultos pedagogos es, a menudo, exigir a los niños una actitud ante la lectura que ellos mismos no son capaces de asumir. Es necesario que el adulto descubra, por sí mismo, en la medida de lo posible, el interés de uno u otro tipo de lectura.

Sabrá transmitir el gusto por la lectura si él mismo lo tiene, si lo encuentra, y si además conoce la gran variedad de libros para niños que existe. La actitud adecuada en un educador es la de reflexionar acerca de su propia práctica, acerca de su manera de vivir sus lecturas y su cultura personal.

A menudo hemos notado que muchos profesores tienen dificultades para dar vida a los libros porque ellos nos lo leen por placer que pueden sentir al leer obras que no son consideradas socialmente como clásicas. Entonces, leen un libro y se aferran a él para explotarlo a fondo y transformarlo en manual escolar. Es entonces indispensable al presentar los libros, hablar de lo que nos gusta y a la vez mostrar la diversidad de actitudes de lectura que puede tener una misma persona.
Es esencial tomar conciencia de la variedad de los libros. En todas estas tareas me parece necesario buscar siempre alguna forma de sensibilidad, de verdad, de sinceridad. En lugar de grandes discursos sobre los beneficios de los libros y de la lectura, es necesario, más bien, tratar de hacer leer, aprender a escuchar, a mirar. Es lo más directo y lo más simple y, al mismo tiempo, lo más difícil; pues estamos llenos de ideas preconcebidas acerca de las lecturas que convienen a los niños, acerca del camino cultural que ellos deben seguir y acerca de la educación.

Siempre cito un ejemplo en Francia, los bibliotecarios fácilmente de animación; su obsesión es encontrar formas de animación sofisticadas, originales, etc. Una de nuestras colegas bibliotecarias de Nueva York, quien trabajó en Francia, había notado esta manía de los pedagogos franceses y nos decía: “Más que construir formas de animación complejas y sofisticadas, es suficiente con escuchar, mirar lo que pasa alrededor nuestro en el ambiente que queremos servir. Es infinitamente más eficaz. Hay que saber encontrar en nuestro barrio, entre nuestro público, las personas y nos intereses que apasionan a los jóvenes con quienes trabajamos”. Y también nos confiaba: “Me di cuenta de que un peluquero del barrio sabía interesar vivamente a los adolescentes usuarios de la biblioteca. Me gusta siempre precisar que el peluquero, como el bibliotecario, es un actor de la comunicación. Los bibliotecarios, que tienen, a menudo, una cierta idea de la cultura, idea frecuentemente muy escolar, pueden tal vez molestarse por esto. Pero pienso que el peluquero es alguien que, debido a su oficio, tiene que hablar y escuchar todo el tiempo”. Por ello, a esta bibliotecaria le había parecido normal invitar a la biblioteca al peluquero para que hablara acerca de un tema que él consideraba importante: el peinado como elemento de status social, como forma de cultura. Me gusta dar este ejemplo porque creo que prueba claramente cómo es posible salirse de los caminos trillados de una cultura demasiado a menudo atada a una clase social, a una función escolar. Del mismo modo, nosotros todos, profesores, bibliotecarios, cuando deseamos hablar de lectura abordamos a menudo este tema bajo un ángulo tortuoso, complicado, desviado. Lo que hace falta es ver, escuchar, mostrar y, naturalmente, enseguida tratar de sacar algunas conclusiones sabiendo que éstas son siempre provisoras.

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Por Genevieve Patte

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También en este caso escojo, probablemente para provocar, imágenes que, a priori, parecen abstractas, lejanas, como Petit Bleu et Petit Jaune (Azulito y amarillito) de Leo Lionni y que, sin embargo, corresponden a una realidad afectiva: el temor del niño a no ser reconocido por aquellos a quienes necesita y a quienes ama.

Ofrezco también imágenes que fácilmente aparecerían como anticuadas, ajenas a la experiencia de los niños de hoy día y que, sin embargo –por lo que concretas y por la ingenuidad precisa de la ilustración- corresponden perfectamente a experiencias infantiles que son universales. Así, muestro imágenes tomadas de la obra de Helen Bardley, Quand Nos Grands-Meres Etaient Petites (Cuando nuestras abuelas eran chicas). Helen Bradley sabe traducir genialmente esos elementos de la vida de los niños: jugar al papá y a la mamá, hacer comiditas, etc. Aún cuando esto transcurre en Gran Bretaña, en el siglo pasado y en un ambiente más desahogado, los niños reencuentran sus preocupaciones.

El mundo que Helen Bradley propone en sus libros ilustrados existe verdaderamente por sí mismo, y el lector que mira esas imágenes se siente como invitado a entrar en el relato.

Enseguida enseño algunas imágenes de otra ilustradora, que también utiliza el estilo ingenuo. Ella propone un universo que corresponde probablemente a las revistas de decoración de hoy día, pero el conjunto no tiene vida. Es incluso muy frío, muy estático y los personajes parecen estar actuando.

Nos preguntamos cómo los niños podrían sentirse tentados por este universo helado. Me apoyo mucho, entonces, en las comparaciones. Aquí se trata de dos tipos de ilustraciones ingenuas, una lograda y la otra no, y mi auditorio sabe siempre ver la diferencia. Al comparar nos dirigimos a la inteligencia y a la sensibilidad de quien lee y descubre, con entusiasmo, que es perfectamente capaz de distinguir lo verdadero de lo artificial.

Este trabajo de comparación que hago con las imágenes, con ilustraciones, lo hago también con textos y disfruto haciéndolo. Por ejemplo, con las diferentes traducciones al francés de Winnie The Pooh de A. A. Milne. Este texto, prodigiosamente infantil, ha sido traducido por un verdadero poeta en la década de los cuarenta. Su traducción al francés es una maravilla; el lenguaje es extremadamente libre y revela un conocimiento muy excepcional del niño, de su lenguaje, de su manera de pensar y de sentir, de su lógica. Leo pues, ciertos paisajes y enseguida ofrezco una ilustración reciente que, en mi opinión, es un total fracaso. Parece dirigirse al niño escolar que debe aprender a escribir bien, es decir, a evitar -en forma totalmente artificial y torpe- las repeticiones, por dar un ejemplo. Es una especie de bien hablar, de bello lenguaje que no tiene interés alguno y que puede hacer creer, tanto a los niños como a los padres, que está bien escrito cuando, en realidad, está terriblemente mal escrito. Esta forma de narrar, de escribir, crea una distancia entre el niño y su lectura.

Comparando diversas traducciones de un mismo texto, comparando las traducciones con su original, no es ya necesario hacer un discurso largo; el auditorio comprende inmediatamente lo que es escribir de manera interesante y sensible para que el niño pueda entrar en el relato; el auditorio es perfectamente capaz de descubrir la otra actitud, la del adulto profesor que quiere simplemente mostrar o enseñar a los niños un estilo que no es más que un artificio.

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Por Genevieve Patte

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¿Cómo escojo mis ejemplos? Impugno de buena gana una cierta cantidad de ideas preconcebidas acerca del gusto de los niños y elijo libros que –según mi experiencia y la de otros adultos- tienen gran éxito entre ellos a pesar de que no corresponden a los gustos que se les atribuyen habitualmente. De este modo, defiendo la ilustración en blanco y negro. Me opongo al “color a toda costa” que lleva a veces a rechazar obras maestras. Muestro, por lo tanto, algunos libros en blanco y negreo que son muy apreciados porque en verdad, paradójicamente, algunos libros en blanco y negro pueden estar llenos de matices y de vida. Así muestro un libro de Arnold Lobel que está siendo traducido, Hildilid´s Night, en el cual el negro, la noche, tiene una presencia intensa y es absolutamente indisociable de la historia.

Muestro y narro, también, un libro en blanco y negro, Bebé, de Fran Manushkin, que hemos presentado a los niños de la Biblioteca en su edición original, es decir, en inglés. Frente al éxito inmediato de este libro único, intentamos convencer a varios editores franceses para que lo publicaran. No fue una tarea fácil. Al fin, un editor particularmente audaz ensayó la experiencia, pero se sintió obligado a agregar color en la cubierta, pensando que así el libro se vendería mejor.
Claro que esto no agregó nada, incluso resulta muy artificial. De cualquier modo, lo que importa es la manera de relatar, la historia, la eficacia de uno u otro recurso al servicio del relato.

Recuerdo particularmente a una niñita a quien yo le narraba Bebé, esa historia tan fuertemente afectiva, y que acariciaba amorosamente ciertas dobles páginas diciéndome: es un libro feliz.

Estos ejemplos diferentes demuestran que no es posible hacer una adecuada escogencia de un libro simplemente hojeándolo, mirando rápidamente las imágenes, diciendo: es lindo o no es lindo, ya que se arriesga una grave equivocación. Lo que importa es la fuerza del relato, presentado tanto por las palabras como por las ilustraciones. Aquí también impugno algunas ideas preconcebidas acerca de la infancia, el sueño, la poesía. Algunos libros ilustrados recientes seducen a los adultos nostálgicos porque sus ilustraciones estetizantes presentan un cierto modo esfumado inmaterial.

Esto me lleva a hablar del realismo a través de ciertos ejemplos. Trato de mostrar que hay diversas formas de realismo: afectivo, psicológico...

la experiencia de la lectura

Por Genevieve Patte

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Cuando me dirijo a personas adultas, mi preocupación es mostrar; no construir grandes teorías. Me resulta práctico utilizar diapositivas. Es un apoyo psicológico; se tiene la seguridad de captar más fácilmente la atención del público. Al hablar de los mismos, al narrar el cuento, se logra con toda seguridad atraer tanto a los niños como a los adultos.

Recientemente, yo animaba una pasantía en un centro donde trabajan maestros, bibliotecarios, secretarias: las secretarias mecanografiaban correspondencia, los bibliotecarios ordenaban los libros mientras los maestros estaban en pasantía. Cuando comencé a “narrar” los libros, todos vinieron a escuchar; abandonaron sus tareas simplemente porque alguien mostraba libros y los narraba. Nadie puede resistirse al placer de hacerse narrar cuentos.

No puedo dejar de esperar que después de tales reuniones haya algún pequeño cambio. Primeramente, y estos es esencial, uno mismo descubre que aún puede sentir placer con un “cuento para niños2, que éste no es un género menor reservado a seres sin importancia. Se descubre, también, que puede sentirse placer al compartir el placer del niño. De repente, uno se encuentra al mismo nivel del niño, sin caer en ñoñerías. Así, cada uno encuentra su felicidad allí donde tiene deseos de encontrarla.

Escapamos, en fin, a las pesadas relaciones educador/educando, mestro/alumno. Se comparte, se discute, se dialoga y se simpatiza; se descubre lo que hace vibrar al niño, lo que puede colmarlo. Este placer no está, por otra parte, reservado a los libros ilustrados y las novelas; puede sentirse igualmente con obras documentales que uno presenta y narra con su propio entusiasmo. Estas presentaciones, concretas y vivientes, son en mi opinión la mejor manera de hacer descubrir a los adultos lo que puede ser una experiencia feliz de lectura.

A menudo se nos invita a exponer nuestros criterios de selección: Cómo elegir los libros para nuestros niños.

Personalmente, cada vez me siento un poco incómoda para responder. Temo siempre dejar al público insatisfecho, o bien permanecer dentro de grandes generalidades, de grandes cosas vagas; temo que el público, al salir de la reunión, sienta que no ha adelantado mucho. ¿Cómo expresarse con matices en el curso de una simple velada? Yo prefiero proponerle al auditorio que busque conmigo, las imágenes y las historias presentadas, ciertos elementos, ciertas pistas, que puedan ayudarnos a distinguir lo que es interesante, lo que es novedoso, de aquello que no lo es. Esto permite a un auditorio, que con facilidad se cree más ignorante de lo que es, descubrir que él también puede elegir con discernimiento su no reprime su sensibilidad en nombre de principios rígidos y teóricos.

martes, 18 de diciembre de 2007

la experiencia de la lectura

Por Genevieve Patte

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Revista de Literatura infantil No. 8, diciembre de 1983, Caracas, Venezuela.

Desde que comenzamos a trabajar en el barrio obrero de Clamart, tuvimos la preocupación de interesar a los padres y a los maestros en lo que pasaba en el seno de la biblioteca, con la intención de evitar la brecha que existe entre el mundo de la escuela, la familia y el de la biblioteca.

Así, durante años organizábamos antes de navidad una exposición de libros y dedicábamos una velada a realizar un debate acerca de la lectura y los niños. Invitábamos a quienes, en aquel entonces, eran considerados como los grandes especialistas en el tema. A estas reuniones asistían siempre los mismos padres y maestros.

Venían por solidaridad, para apoyar nuestra acción, para no dejarnos abandonados, pero no necesariamente porque el asunto les interesara. No estoy segura de que estas reuniones les resultaran enriquecedoras, porque los temas tratados eran las dificultades para el aprendizaje de la lectura, la dislexia, los problemas financieros de la edición, los mecanismos de distribución y difusión. Nos limitábamos a estos temas que, ciertamente, tienen su importancia, pero no se abordaba el aspecto concreto de la experiencia de la lectura: ¿Qué es lo que los libros les proponen realmente hoy en día a los niños? Poco a poco nos dimos cuenta de que esos eventos tenían algo de muy formal. No se hablaba de los libros, de las lecturas de los niños –qué cosas leen o qué cosas no leen-.

Nos manteníamos dentro de unas ideas generales que no promovían ningún cambio en las actitudes de los niños frente a la lectura, aunque la exposición teórica estuviera bien estructurada y bien documentada.

Y sin embargo, lo que interesa es descubrir libros, ver bibliotecas funcionando, observar a los niños apasionarse por los libros y la biblioteca. Es por esta razón que, desde 1983, hemos propuesto al SALON DU LIVRE la organización y animación de una verdadera biblioteca para niños. Este recurso es más eficaz que cualquier debate público. A menudo, los adultos descubren con sorpresa que los niños no rechazan la lectura, sino todo lo contrario. Los ven sumergirse con pasión en los libros. Por esta misma razón, desde hace muchos años mantenemos exposiciones en las escuelas del barrio. Para nosotros, es una manera de proponer a los niños la experiencia de una biblioteca y de convencer, concretamente, a los maestros y a los padres, de que los niños no rechazan a priori los libros, cuando la selección que se les ofrece tiene en cuenta la diversidad de sus intereses. Por en contrario, los niños se precipitan con entusiasmo sobre los libros expuestos sobre las historietas ¡claro! pero, también, sobre los otros libros y, entonces, ¡qué concentración!