martes, 11 de septiembre de 2007

El poder y la formación de lectores en la escuela.

Reflexiones en torno al papel de los directores en la formación de lectores

Por Daniel Goldin

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“Es posible conciliar las necesidades inherentes a la institución escolar con el propósito educativo de formar lectores, generando condiciones didácticas de la lectura y la escritura más próxima a la versión social (no escolar) de éstas prácticas, articulando los propósitos didácticos con otros propósitos que tengan un sentido “actual” para los alumnos y se correspondan con los que habitualmente orientan a la lectura y la escritura fuera de la escuela”, dice Delia Lerner, y a continuación sugiere realizar esto a través de una modalidad organizativa: “los proyectos de producción-interpretación”. (8)

El trabajo por proyectos permite, en efecto, que todos los integrantes de la clase —y no sólo el maestro— orienten sus acciones hacia el cumplimiento de una finalidad compartida: grabar un caset de poemas para enviar a niños le da sentido al perfeccionamiento de la lectura en voz alta; montar una obra de teatro a partir de una lectura compartida de un cuento obliga a un análisis literario profundo, a la reescritura y, si se presenta públicamente, a la vez genera un reconocimiento social a los niños a partir de un acto de lectura, lo que refuerza su aprecio por los libros. Editar un periódico posibilita comprender las características de diferentes géneros y modalidades textuales, la investigación bibliográfica, contribuye a acercar los conocimientos cotidianos con los escolares y, si el periódico circula fuera del salón de clases, a involucrar a la familia en la educación... Como ven, también es posible encabalgar las soluciones.

Un usuario pleno de la palabra escrita, al escribir no sólo plasma lo que ya sabe. Para él la escritura es un ejercicio de pensamiento. Escribe para aclarar sus ideas, para ensayar razonamientos. Al leer cuestiona sus ideas, revisa conocimientos adquiridos y, al desprender la vista de la página, mira su entorno de otra forma.

Pero nadie nace como usuario pleno de la cultura escrita. Se va formando en un aprendizaje que se inicia antes de ingresar a la escuela y que nunca termina. Siempre estamos aprendiendo a leer y a escribir. Por lo demás, la lectura y la escritura no son prácticas separadas. Al leer adquirimos conocimientos valiosos para escribir y al escribir comprendemos más profundamente a la lectura. Tampoco están separados de la prácticas de lenguaje oral.

Durante muchos años se ha pensado en el lector como un ser aislado y solitario. Ésa es la noción que priva entre la gente. En realidad el lector está inmerso en un conjunto de relaciones que determinan de manera significativa no sólo el sentido de cada una de las lectura sino el sentido que la lectura y la escritura tengan en su vida. Nuestra conducta lectora está determinada por recomendaciones de otros, sugerencias, discusiones, consejos, ejemplos...

Para que la escuela se convierta en una comunidad en la que los intercambios favorezcan la formación de lectores en primer lugar se debe alentar la tolerancia, el respeto a la diversidad de opiniones y gustos. No olvidemos que toda lectura es una interpretación. Esto es algo que advierten muchos hablantes cuando utilizan frases como “ésa es tu lectura, yo miro las cosas de otra forma”. Ellos saben que cada persona al leer un texto o un acontecimiento privilegia ciertos aspectos, discrimina otros. La auténtica educación lectora en la escuela debe pugnar porque las lecturas sean fundamentadas, aunque las haya diversas e incluso contrastantes.

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(8) V. “Es posible leer en la escuela” en Lectura y vida. Revista latinomaericana de lectura. Año 17, marzo 1996 o el volumen de próxima aparición antes citado.

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