miércoles, 19 de diciembre de 2007

la experiencia de la lectura

Por Genevieve Patte

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Generalmente, es siempre más eficaz, más interesante, hablar de lo que nos toca directamente. Es la menor de manera de entrar en comunicación con el otro y de despertar en él el deseo de acceder a una u otra lectura. El otro puede ser tanto un niño como un adulto. Es esencial provocar en el adulto una actitud auténtica frente a tal o cual libro, pues el placer, tanto como el aburrimiento, se transmiten. La debilidad de los adultos pedagogos es, a menudo, exigir a los niños una actitud ante la lectura que ellos mismos no son capaces de asumir. Es necesario que el adulto descubra, por sí mismo, en la medida de lo posible, el interés de uno u otro tipo de lectura.

Sabrá transmitir el gusto por la lectura si él mismo lo tiene, si lo encuentra, y si además conoce la gran variedad de libros para niños que existe. La actitud adecuada en un educador es la de reflexionar acerca de su propia práctica, acerca de su manera de vivir sus lecturas y su cultura personal.

A menudo hemos notado que muchos profesores tienen dificultades para dar vida a los libros porque ellos nos lo leen por placer que pueden sentir al leer obras que no son consideradas socialmente como clásicas. Entonces, leen un libro y se aferran a él para explotarlo a fondo y transformarlo en manual escolar. Es entonces indispensable al presentar los libros, hablar de lo que nos gusta y a la vez mostrar la diversidad de actitudes de lectura que puede tener una misma persona.
Es esencial tomar conciencia de la variedad de los libros. En todas estas tareas me parece necesario buscar siempre alguna forma de sensibilidad, de verdad, de sinceridad. En lugar de grandes discursos sobre los beneficios de los libros y de la lectura, es necesario, más bien, tratar de hacer leer, aprender a escuchar, a mirar. Es lo más directo y lo más simple y, al mismo tiempo, lo más difícil; pues estamos llenos de ideas preconcebidas acerca de las lecturas que convienen a los niños, acerca del camino cultural que ellos deben seguir y acerca de la educación.

Siempre cito un ejemplo en Francia, los bibliotecarios fácilmente de animación; su obsesión es encontrar formas de animación sofisticadas, originales, etc. Una de nuestras colegas bibliotecarias de Nueva York, quien trabajó en Francia, había notado esta manía de los pedagogos franceses y nos decía: “Más que construir formas de animación complejas y sofisticadas, es suficiente con escuchar, mirar lo que pasa alrededor nuestro en el ambiente que queremos servir. Es infinitamente más eficaz. Hay que saber encontrar en nuestro barrio, entre nuestro público, las personas y nos intereses que apasionan a los jóvenes con quienes trabajamos”. Y también nos confiaba: “Me di cuenta de que un peluquero del barrio sabía interesar vivamente a los adolescentes usuarios de la biblioteca. Me gusta siempre precisar que el peluquero, como el bibliotecario, es un actor de la comunicación. Los bibliotecarios, que tienen, a menudo, una cierta idea de la cultura, idea frecuentemente muy escolar, pueden tal vez molestarse por esto. Pero pienso que el peluquero es alguien que, debido a su oficio, tiene que hablar y escuchar todo el tiempo”. Por ello, a esta bibliotecaria le había parecido normal invitar a la biblioteca al peluquero para que hablara acerca de un tema que él consideraba importante: el peinado como elemento de status social, como forma de cultura. Me gusta dar este ejemplo porque creo que prueba claramente cómo es posible salirse de los caminos trillados de una cultura demasiado a menudo atada a una clase social, a una función escolar. Del mismo modo, nosotros todos, profesores, bibliotecarios, cuando deseamos hablar de lectura abordamos a menudo este tema bajo un ángulo tortuoso, complicado, desviado. Lo que hace falta es ver, escuchar, mostrar y, naturalmente, enseguida tratar de sacar algunas conclusiones sabiendo que éstas son siempre provisoras.

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