martes, 16 de octubre de 2007

Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura

Por Michèle

Petit página 8 de 10

Esto supone también conocer a nuestros propios miedos, nuestra propia relación con los libros. Y quizás supone interrogarnos sobre las formas sutíles de esos miedos hoy día. Interrogarnos por ejemplo sobre los efectos complejos, ambivalentes, de esos discursos alarmistas y convencionales de elogio de la lectura. Ya sea que provengan de los poderes públicos, de los docentes, de los padres o de los editores, pueden ser percibidos por los adolescentes como otras tantas exhortaciones, como testimonios de una voluntad de control, de dominio. "Debes amar la lectura". Dicho de otro modo: "debes desear lo que es obligatorio". Esos discursos dejan poco espacio para el deseo y a menudo están cargados de angustias, y el niño o el adolescente lo saben. En las generaciones anteriores el deseo de leer se abría paso cuando se leía bajo las sábanas, con una linterna, a escondidas y contra todo el mundo. Hoy en día, en Francia por lo menos, existe la impresión de que el gusto de leer debe abrirse camino entre lo "prohibido" y lo "obligatorio".

¿Cómo hace alguien para convertirse en lector o en lectora, a pesar de tantos obstáculos? En buena medida, y eso lo sabemos, es una cuestión de medio social. Cuando alguien proviene de un ambiente pobre, aun si ha sido escolarizado, los obstáculos pueden ser numerosos : pocos libros en la casa, o ninguno, la idea de que eso no le corresponde, la preferencia por actividades asociadas antes que por esos "placeres egoístas", las dudas con respecto a la "utilidad" de la lectura, un acceso dificultuoso a la lengua narrativa, todo eso puede sumarse para disuadir de leer. Y si es el caso de un muchacho, hay que agregar a los amigos, que ridiculizan a quien se dedica a esa actividad "afeminada" y "burguesa" que ellos asocian a las tareas escolares.

Pero los determinismos sociales no son absolutos, y la lectura también es una historia de familias. Existen, en ambientes populares, familias en las que el gusto por la lectura se transmite de una generación a otra. E inversamente, en niveles socioeconómicos altos, existen familias en las que la lectura no tiene buena prensa. Para que un niño se convierta más adelante en un lector, sabemos cuán importante es la familiaridad física precoz con los libros, la posibilidad de manipularlos, para que esos objetos no lleguen a estar investidos de poder y provoquen temor. Sabemos también cuán importantes son los intercambios en torno a esos libros, y en particular las lecturas en voz alta, en donde los gestos de ternura y los colores de la voz se mezclan con las palabras de la lengua de la narración: en Francia, aquellos a quienes su madre les ha contado una historia cada noche tienen el doble de posibilidades de converstirse en grandes lectores que quienes apenas pasaron por esa experiencia. La importancia de ver a los adultos leyendo con pasión también se manifiesta en los relatos de los lectores. Alguien puede dedicarse a la lectura porque ha visto a un pariente, a un adulto que le inspira afecto, sumergido en los libros, lejano, inaccesible, y la lectura apareció como un medio de acercarse a él y de apropiarse de las virtudes que le adjudica. De apropiarse de su autonomía envidiada.

Esa autonomía es lo que frecuentemente busca el lector joven. Y justamente por eso la lectura es un punto de apoyo decisivo para los niños y para los adolescentes que, desde muy temprano, han querido diferenciarse de sus pares. Porque también la lectura es una historia de rebeldes. Pero cuando alguien que no recibió nada al nacer pudo apoderarse de los libros, aparecen casi simpre en su historia ciertos encuentros, a veces fugaces, que han influido en el destino: un amigo, un docente, un bibliotecario, un animador social ha transmitido su pasión, y ha provisto los medios materiales que permiten apropiarse de esos bienes hasta enconces inaccesibles.

Allí adquiere todo su sentido el rol de los pasadores de libros, y ese es el objeto del último capítulo del libro. Cuando un joven proviene de un medio donde prevalece el miedo a los libros en particular, un mediador puede legitimar o develar un deseo de leer o de aprender, ya sea que se trate de un docente, de un bibliotecario, de un trabajador social o de un militante político o asociativo. Y otros mediadores podrán acompañar más adelante al lector, en diferentes momentos de su recorrido, en particular para ayudarlo a diversificar sus lecturas, a ampliar su universo cultural. El gusto por la lectura no puede surgir de una simple frecuentación material de los libros. La dimensión del encuentro, de los intercambios, de las palabras "verdaderas" se vuelve esencial, con más razón tratándose de jóvenes poco afirmados para aventurarse en la cultura letrada, a causa de su origen social.

Escuchándolos, vemos que no es la biblioteca o la escuela lo que hace surgir el gusto de leer, de aprender, de imaginar, de descubrir. Es un docente, un bibliotecario quien, a favor de su pasión y de su deseo de compartirla, transmite esa pasión en una relación singular. Eso no significa una relación regular, continua: a veces un encuentro fugaz puede influir en el destino. Eso no significa familiaridad: alejada de toda seducción, se trata de una actitud hecha de benevolencia y de distancia, de apertura a la singularidad de cada uno y de respeto de sus territorios íntimos, de inteligencia de su oficio y de gusto por los libros.

Eso no significa tampoco que el mediador haya leido un montón de libros, sino que haya experimentado por lo menos algunas veces el placer de leer y la importancia de simbolizar su experiencia.

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