martes, 2 de octubre de 2007

Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura

Por Michèle Petit

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La lectura nos abre a otro lugar, un allá donde ocurrimos, donde nos decimos, donde elaboramos nuestra historia apoyándonos en fragmentos de relatos, en imágenes, en frases escritas por otros. Es algo que puede producirse a lo largo de toda la vida, pero que es muy sensible en la adolescencia. Ya los adolescentes acuden a los libros para explorar los secretos del sexo. Y esa curiosidad, esa búsqueda de información sobre temas tabú, conducen muchos de los que concurren a una biblioteca a descubrir lecturas diferentes de las requeridas para sus tareas escolares.

En un sentido más amplio, van en pos de palabras que les permitan dominar sus miedos, encontrar respuesta a las preguntas que los atormentan. Palabras que permiten la expresión de aquello que quedaba en secreto. Y los libros que tuvieron importancia para ellos son los que en algún momento les permitieron reconocerse -no tanto en el sentido de mirarse en un espejo como de experimentar un derecho legítimo de ser lo que son. Son los que les revelaron que esos deseos o esos temores que creían ser los únicos en conocer, habían sido experimentados por otros que les habían dado voz.

Es lo que dice Pilar, que es de origen español e hija de un obrero de la construcción : "A través del libro, cuando uno tiene en sí mismo reflexiones, angustias, bueno, yo no sé, el hecho de saber que otra gente las ha sentido, las ha expresado, creo que eso es muy pero muy importante. A lo mejor porque el otro lo dice mejor que yo. Hay una especie de fuerza, de vitalidad que emana de mí, porque lo que esa persona dice, por équis razones, yo lo siento intensamente ".

Leer permite entonces descifrar su propia experiencia. Es el texto el que "lee" al lector, el que sabe mucho sobre él, sobre regiones de él que él no había explorado o no había sabido decir. El texto viene a liberar algo que el lector llevaba en él, de manera silenciosa. Y a veces encuentra allí la energía, la fuerza para salir de un contexto en el que estaba bloqueado, para diferenciarse, para desprenderse de estereotipos a los que adhería.

Se trata de una experiencia que ha sido identificada y descripta desde larga data por numerosos escritores, esos lectores de excelencia. Citaré a tres de ellos y les ruego disculpen mi etnocentrismo : sólo voy a citar escritores franceses, ya que no tuve tiempo de buscar textos que relataran experiencias vividas en otras latitudes. Pero me parece que la región del mundo en la que uno vive no tiene, en este caso, una importancia crucial. Escuchemos pues a Marcel Proust : "... cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra de un escritor no es más que una especie de instrumento óptico que él ofrece al lector a fin de permitirle discernir aquello que, sin ese libro, quizás no habría visto en sí mismo." André Gide afirma prácticamente lo mismo, señalando que existen libros -o algunas frases, algunas palabras en un libro- que se incorporan a nosotros. Su poder, dice, "viene de que no hizo más que revelarme alguna parte de mí mismo desconocida para mí mismo; no fue para mí más que una explicación -sí, una explicación de mí mismo." Y agrega: "¡Cuántas princesas soñolientas llevamos en nosotros, ignoradas, esperando que una palabra las despierte!"

Cito también a un escritor contemporáneo, Jean-Louis Baudry : "El niño que lee... siente que hay en él virtualidades infinitas, innumerables oportunidades; que al igual que la selva ecuatorial o la isla desierta, él es un territorio que se ofrece a nuevas aventuras, a otras exploraciones. Y se convierte en el conquistador de los libros que lo han conquistado. Él posee ahora, junto con la facultad de integración, junto con una pasividad que lo ha expuesto a todas las colonizaciones imaginarias, un poder desmesurado."

Cuando describen esa experiencia, los lectores suelen mencionar ese momento de inversión en el que, como lo señala Baudry, de conquistado, de colonizado, el lector pasa a ser conquistador. Y es por eso, para despertar a las princesas que dormitan en ellos, que muchos escritores leen antes de enfrentarse con la página en blanco. Siguiendo un proceso que me parece similar, aunque uno no se convierta en escritor, a veces la lectura hace surgir palabras en el lector, lo fecunda. En ese diálogo, o en ese juego, él o ella pueden empezar a decir "yo", a enunciar un poco sus propias palabras, su propio texto, entre las líneas leídas. Y también porque el rango de las palabras se modifica, ya lo señalé: al leer, el lector experimenta que existe una lengua distinta de la que se usa todos los días -la lengua del relato, de la narración, donde los hechos contingentes toman sentido en una historia organizada, puesta en perspectiva.

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