martes, 2 de octubre de 2007

Nuevos acercamientos a los jóvenes y la lectura

Por Michèle Petit

página 3 de 10

Pero la mayor o menor habilidad para jugar con el lenguaje no anuncia simplemente una posición más o menos cómoda en el orden social. El lenguaje no puede reducirse al rango de instrumento; tiene que ver con nuestra construcción como sujetos hablantes. Y escuchando a los lectores se alcanza a medir hasta qué punto la lectura puede ser un camino privilegiado para construirse a sí mismo, para dar un sentido a la propia experiencia, para darle voz al sufrimiento y forma a los deseos o a los sueños. Evocamos aquí un tercer aspecto de la lectura, un aspecto muy rico y, curiosamente, a menudo desconocido o subestimado, o derivado hacia las lecturas llamadas de evasión o de distracción. No es para nada lo mismo. Leer para descubrirse a sí mismo, para construirse o reconstruirse, no es la misma experiencia que leer para olvidar o para distraerse, aunque las dos puedan mezclarse algunas veces. Y precisamente porque les permite elaborar su mundo interior, su subjetividad, su intimidad, porque les permite soñar, por eso el libro sigue siendo irreemplazable para muchos chicos y chicas, aún cuando sólo recurran a él de manera episódica.

Esos jóvenes cuentan cómo, en su infancia, con historias y con cuentos, pudieron abrirse a otro lugar, a un mundo propio, a un espacio íntimo, incluso en contextos donde no parece haber quedado ningún espacio personal. Escuchemos a Agiba, a modo de ejemplo. Agiba tiene dieciséis años, vive en una familia musulmana bastante tradicional y está en permanente conflicto con sus padres y su hermano, que la ven alejarse del destino doméstico que imaginaban para ella. Desde su infancia tiene un refugio: la biblioteca, la lectura. "Yo tenía un secreto mío, era mi propio universo. Mis imágenes, mis libros y todo eso. Ese mundo mío está en los sueños." Christian, por su parte, tiene diecisiete años y vive en un hogar para trabajadores jóvenes. Va a la biblioteca para estudiar horticultura y gestión del agua. Y también: "Me gusta todo lo que tiene un aire Robinson (Crusoe), las cosas así. Me permite soñar. Me imagino que algún día llegaré a una isla, como él, y a lo mejor, quién sabe, podría hacerme una cabaña". Escuchemos también a Ridha, que recuerda sus lecturas de infancia: "Me gustaba porque el Libro de la selva es algo así como arreglárselas en la selva. Es el hombre que por su ahinco acaba siempre por dominar las cosas. El león es tal vez el patrón que no quiere darte trabajo o la gente que no te quiere. Y Mowgly se construye una choza, es como su hogar, y de hecho pone sus marcos. Se delimita."

Habrán notado ustedes la evocación de lugares, de habitáculos: la cabaña en la isla, la choza en la selva. Muy rápidamente fui sorprendida por la frecuencia de las metáforas espaciales empleadas por los lectores. El lector elabora un espacio propio donde no depende de los otros, y donde a veces hasta les da la espalda a los suyos. Leer le permite descubrir que existe otra cosa, y se le ocurre que podrá diferenciarse de su entorno, participar activamente en su destino. Y todo eso gracias a la apertura de lo imaginario, gracias asimismo al acceso a una lengua diferente de la que sirve para la designación inmediata o para el improperio, gracias al descubrimiento, esencial, de un uso no inmediatamente utilitario del lenguaje.

El mismo gesto de la lectura es ya una vía de acceso a ese territorio de lo íntimo que ayuda a elaborar o mantener su sentido de individualidad, al que está unida la capacidad de resistir. Y eso evidentemente no es privativo de la infancia. Podemos pensar, por ejemplo, en lo que han notado esos sociólogos que trabajan en el ámbito carcelario: la lectura permite a los detenidos, dentro de ciertos límites, la reconstrucción de un espacio privado, mientras que a la inversa "la televisión podría marcar su imposibilidad absoluta".

Escuchando a los lectores, me dije que en el fondo lo esencial de la experiencia de la lectura quizás fuera eso: a partir de imágenes o fragmentos recogidos en los libros, podemos dibujar un paisaje, un lugar, un habitáculo que sólo debemos a nosotros mismos. Un espacio, un habitáculo que nos hacen lugar, donde podemos dibujar nuestros contornos, comenzar a trazar nuestro propio camino y desprendernos un poco del discurso de los otros o de los determinantes familiares o sociales.

No hay comentarios: